domingo, 12 de abril de 2015

Anexo. Meritocracia.

Después de haber descrito en la entrada anterior en qué consiste y como funciona una sociedad meritocrática me gustaría dedicar un espacio para valorar este concepto desde un punto de vista personal y permitiéndome sacar a dicho concepto de su zona de confort en que se encuentra cualquier teoría antes de ser llevada a la práctica.
Pasa así con casi todos los conceptos, parecen diseñados a la perfección pero todo cambia al ejercutarlos, y es que, sobre el papel, una forma de organización social basada en los méritos académicos y laborales parece la idónea, más aún si la vía de acceso a dicha formación es una educación formal e igualitaria cuya única franja de dispersión es generada por las capacidades y preferencias de cada uno, en resumen, tienes oportunidad de formarte en lo que quieres sabiendo que esto además es tu billete hacia un puesto laboral. El problema es que para que hago tan perfecto salga bien, todas las piezas deben encajar a la perfección y así pues a la meritocracia le surgen los baches en su camino, por una parte difíciles de superar, pero por otra parte dependientes de la propia sociedad.
El primero de ellos es el propio sistema educativo, la llave hacia la adecuada distribución de grupos humanos. Para que una sociedad meritocrática funcione necesita de una educación perfecta, tanto en su rendimiento, como en su organización, es decir, que una sociedad pensada para un funcionamiento meritocráctico pero cuyos ciudadanos no resultan suficientemente cualificados después de una educación que además genera ventajas hacia ciertos alumnos debido a la metodología y contenidos de mayor peso curricular echa por tierra la validez de dicha educación.
Pero bien, seamos positivos y supongamos que se consigue llevar a cabo un sistema educativo sin fisuras, igualitario, completo y de alto rendimiento; surge entonces el último escollo, tan antiguo y absurdo como difícil de superar, hablamos del  ventajismo que produce en el mundo laboral ser amigo, o pariente de aquel que distribuye los puestos; una preferencia personal, un favor por saldar, o un parentesco familiar pueden arruinar ( y arruinan) todo lo cosechado a nivel institucional antes. Estamos entonces ante una paradoja difícilmente explicable, ante la del hombre que entorpece su propia justicia.

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